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Comentarios 22 octubre 2016

1 comentario:

  1. Estamos tan hechos a considerar que creer en conspiraciones es ser conspiranoicos que olvidamos una verdad obvia: tan idiota es creer que todo es producto de una conspiración como que nada lo es. La verdad es que las conspiraciones son como las meigas: no queda bien creer en ellas, pero haberlas, haylas. Después de todo, ¿qué hace física, biológica o psicológicamente imposible que dos o más personajes poderosos en diversos campos se pongan ‘discretamente’ de acuerdo para coordinar acciones a espaldas del escrutinio público? Incluso si nunca hubieran existido conjuras -y la historia está repleta de complots probados-, yo misma podría organizar una mañana. De hecho, el prejuicio contra las conspiraciones es tan automático y profundo que estoy por concluir que es el resultado de una conspiración.
    Esto, naturalmente, ha dado alas a los partidarios de la teoría de la conspiración, por quienes siento una instintiva simpatía y a quienes va especialmente dirigido esto que escribo.
    Y lo primero: sí, claro que las cosas no son como aparecen ‘oficialmente’, ni siquiera como las cuentan los medios de prestigio. Hay siempre una intrahistoria en todos los eventos de peso, cosas que no pueden contarse, acuerdos a puerta cerrada, confluencia de intereses y conversaciones confidenciales que no transcienden a la palestra pública. En suma: sí, claro que hay conspiraciones. El problema no son las conspiraciones, sino la Gran Conspiración, eterna, infalible y universal. Y esto es lo que me parece, no solo un error de juicio grave, sino un peligro para el equilibrio psicológico del sujeto.
    El tipo del que hablo empieza creyendo algo plausible, que tal o cual fenómeno no es en absoluto como lo pintan, que X y Z se han debido de poner de acuerdo para lograr tal o cual resultado. Pero, poco a poco, va incluyendo más y más cosas en su conspiración favorita hasta que todo queda dentro de ella y nada fuera.Habla con él y, como en las palabras del Evangelio, ni un gorrión cae al suelo sin que la Gran Conspiración esté detrás. La lógica deja de servirles, porque la Conspiración es infalsificable: si un suceso parece responder a los intereses de nuestros conjurados elegidos, es prueba de que la conjura existe; si parece perjudicarles, es un truco al que rápidamente se busca una alambicada explicación para que cuadre, porque todo cuadra. Y ese es el problema: que todo es explicable si todo es secreto. Es mucho más fácil achacar fenómenos que parecen apuntar a una misma dirección -digamos, el globalismo o la Cultura de la Muerte- a una mera confluencia de intereses más que a una gran conspiración. Si tu interés y el mío coinciden, ¿para qué tenemos que reunirnos en un oscuro sótano para coordinar nuestras acciones?

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